Helena de Troya se dirige al público desde el limbo del tiempo, molesta con su padre Zeus y con la Historia misma, que la ha condenado a ser el símbolo de la guerra de Troya y una de las mujeres más denostadas de la Historia. Alimentándose con un manjar que le permite recordar el pasado sin sufrir lo más mínimo por él, quiere someterse al juicio final del público, para intentar lavar su imagen de una vez por todas. Comienza entonces un extenso monólogo: el relato de la historia de Helena en primera persona, desde el momento de su gestación hasta el de su muerte. Uno puede pensar que conoce la historia, pero lo cierto es que a fin de cuentas la conocemos únicamente como nos la han contado.
Tanto Homero en la “Ilíada” como Eurípides en su tragedia “Helena” caracterizan a la hija de Leda y Zeus como el instrumento de los dioses para una guerra entre griegos y troyanos para librar a la Tierra de la soberbia de los mortales poderosos. La historia comenzó tiempo antes. Durante la boda de Tetis y Peleo a la que asistieron todos los dioses, olvidaron invitar a Éride (la discordia) quien, ofendida, dejó sobre la mesa del banquete una manzana de oro con la leyenda: ‘para la más bella’. Hera, Atenea y Afrodita se disputaron la fruta. Zeus dijo que Paris, el hijo de Príamo, rey de Troya, sería el juez. Cada una, con distintas promesas, trató de convencerlo de ser merecedora de la prenda: Hera le prometió el dominio del universo; Atenea le aseguraba la sabiduría y la victoria; Afrodita le ofreció el amor de la mujer más hermosa del mundo. Paris le entregó a Afrodita la manzana. La mujer más hermosa era Helena, esposa de Menelao, rey de Esparta y hermano de Agamenón, líder griego. Durante las consecuencias, famosas por el caballo embarazado, Afrodita estaría del lado troyano, y las otras dos diosas, ayudando a los griegos, incluyendo al imbatible Aquiles, en el asedio a Troya. “Juicio a una zorra” juega a cambiar el punto de vista sobre Helena de Troya, una de las mujeres más famosas de la historia y, posiblemente, una de las más vilipendiadas. La semidiosa reclama el derecho a elegir las palabras que narren su historia en este monólogo dramático que Del Arco escribió para la actriz madrileña Carmen Machi.
Mucho transita por la inconformidad y el reclamo esta Helena proclamando su amor y sobre todo la libertad para amar ─muy atinadas las entonaciones, más que canto, de “La vie en rose”, de Edith Piaf, y de “Amor eterno”, de Juan Gabriel─. En la comparación, ésta brinda contemporaneidad y así toca más al espectador, al público enjuiciador. Quizá vendría bien explorar, mediante la gesticulación facial, una más frecuente e intensa trasgresión de la cuarta pared; dejaría muy atrás cualquier asomo con un desempeño retórico. Las copas y botellas son manejadas convenientemente como objetos teatrales, por momentos antropomorfeados con significaciones incidentes y amplificativas de la trama. Este enjuiciamiento, con apenas dos fechas, 27 y 28 de noviembre, en ‘Encuentros para generar reencuentros’ tiene todavía mucho que dar vista la asimilación proyectiva presentada por el trío Porras-Ramos-San Legaria. Cuatro atrilistas se antojan demasiados para tan escaso desempeño con mínima incidencia en la función. Valdría la pena la revisión de su idoneidad y aprovechamiento. Qué contrariedad que las paredes desnudas del jacalón universitario desfavorezcan tanto la nitidez de los parlamentos, sobre todo en un monólogo.
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