Mientras escribo se van asomando la niña adoptada de “Malas palabras”, de Perla Schumacher, interpretada por Ana Bertha Cruces; la pareja de niñas de “Un, dos, tres por mí”, de Sandra Ugalde con el grupo Pregoneros, reteniendo únicamente la interpretación de Lily Sigie entre un número perdido de actrices que han interpretado a la pareja infantil espectadora convulsa de las desavenencias y disputas adultas. La autoridad, la proveeduría y la protección como características de las referencias adultas, omniscientes o presentes. Suspendo la intervención del recuerdo. Han sido niños escénicos construidos sin imitaciones pueriles, sin chabacanerías, ni balbuceos. Con las debidas caracterizaciones, ánimos y expresividades corporales, entregándonos decires propios de su condición, seguramente por esto no ha importado el conocimiento de estar ante actores adultos.
Hay un héroe y un superhéroe, sin freno ético ni recato, despiadados o por los menos sin ninguna valoración de la vida. Las ejecuciones multitudinarias a manos de desquiciados invocando odio para el diferente parece la inspiración inmediata de esta trama. ¿Quién va a disparar la última bala o romper el último hueso? Porque el final ha de suceder, irremediablemente, cuando ya nadie quede en esta carnicería de muñecos y vehículos cuya gasolina les permite volar cuando la carretera de trapo no les permite llegar al destino prefijado. Una acción contraria a la regla convenida provoca la clásica protesta: Yo así ya no juego. El inconforme enciende la luz general y se sale de la pieza, equivalente al foro, o al revés, que es lo mismo. Los amigos terminaron de jugar, violentamente, y se acabó la función. El constante trasvasamiento de los juguetes personajes con sus manipuladores, y éstos interactuando con los juguetes en condición de participantes de la traman que viven los objetos, y salir de ambos estados como los niños que están jugando denota una dramaturgia creativa e inteligente que demanda las mismas cualidades en la dirección. El riesgo de la simplicidad que reproduce la cotidianidad es muy grande, máxime cuando no se advierte ninguna intención de aleccionamiento, denuncia, advertencia o alarma. |
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